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Cuando selecciono los destinos que me gustaría visitar, me dejo
llevar como es natural por las sensaciones que espero encontrar a mi llegada
y estas expectativas suelen venir dadas por muchos motivos: informaciones
recibidas por múltiples canales, reportajes de televisión
que sorprenden, etc. En este caso la fuente son los cuadros chinos que
representan la naturaleza de este país en la que, paz, belleza,
historia y cultura parecen fundirse en unas montañas en las que
predomina un paisaje para nosotros los occidentales un tanto extraño.
Los árboles en equilibrio que nacen de entre las piedras, parecen
dar la bienvenida a personajes ancestrales que caminan por pasarelas colgantes
y senderos excavados en la roca sobre fondos abismales. Todo ello se funde
y se representa en un papel de arroz, creándose un entorno irreal.
Así que junto con mis 2 hijos, ya que mi esposa no pudo venir
en esa ocasión, nos trasladamos a la montaña sagrada de
Huangshan, también conocidad como "Montaña Amarilla",
lugar de peregrinación para millones de chinos. Y como unos más
de ellos, la recorrimos subiendo y bajando las miles de escaleras que
con impresionante dedicación y esfuerzo en su construcción,
permitían moverse por las paredes verticales de roca.
El viaje no fue fácil, puesto que el idioma es un problema allí
y la comunicación oral era imposible. Gracias a que llevaba la
referencia GPS del pueblo situado en su base e iba controlando que nos
acercáramos, ya que ni tan siquiera sabíamos si nos habíamos
montado en el autobús correcto.
Cuando al final subimos en un moderno teleférico, pudimos contemplar
de cerca y en real ese paisaje tan visto en las representaciones como
icono de un país. Si a ello le unes, que éramos prácticamente
los únicos occidentales en aquel día, las solicitudes que
educadamente nos hacían muchos de los millares de chinos que había
para retratarse con nosotros, que nos cruzábamos con trabajadores
que transportaban en pértigas sobre los hombros, pesados bloques
de piedra y otros que sentados en el suelo cincelaban la roca creando
muescas para que no se resbalara la gente, las sensaciones fueron de vivir
en un mundo muy distinto al que conocíamos, dejándonos una
huella imborrable.
Para marcar aún mejor dicha huella, nos confundimos al entender
que debíamos bajar andando hasta el pueblo por otro camino, lo
que nos llevó varias horas de subir y bajar corriendo miles de
escaleras para no perder el autobús de vuelta. Contamos que anduvimos
de entre 3 y 5 mil escaleras, lo que nos llevó a un par de días
posteriores de auténtico sufrimiento cada vez que nos encontrábamos
con un peldaño para continuar nuestro camino.
Este es el comentario que reflejé en mi diario de viajes:
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Por fin nos hemos dirigido al destino en el que yo
tenía puesto todo mi interés, "la Montaña
Amarilla" en Huangshan. Lugar sagrado y de peregrinación
para los chinos y que nosotros identificamos como el clásico
paisaje de montaña china, de roca con pinos de ramas horizontales
que se sujetan sobre picos como agujas y que sobresalen de una niebla
baja. Esa imagen que vemos en los grabados, dibujos y cuadros que
tantos pintores han representado, proyectando un paraíso místico
y ancestral de China.
Nos hemos integrado "por decir algo" en un grupo que
llevaban una gorra amarilla y hemos subido en teleférico
hasta el comienzo del recorrido. Había miles de asiáticos
y sólo hemos visto a una pareja de occidentales que andaban
tan perdidos como nosotros sin poder entenderse con nadie.
La jornada ha sido durísima, más de 6 horas de
subir y bajar escaleras admirando el paisaje y controlando como
podíamos, el itinerario a seguir. Hasta que nos hemos adelantado
al grupo en el que íbamos, porque nuestro ritmo era mas rápido
y teníamos una hora establecida de vuelta para coger el autobús
de regreso a Hanghzou.
Eso ha sido nuestra perdición, porque hemos andado muchísimo
más que los demás. No nos han dicho que podíamos
bajar en otro teleférico, y aunque lo hemos identificado
en un mapa que habíamos comprado, al dirigirnos hacia la
entrada, un guía nos ha indicado otro camino para llegar
al destino final al que debíamos ir, por lo que hemos pensado
que el teleférico estaba cerrado y que debíamos bajar
andando. Hemos adelantado a la poca gente que bajaba, muchos de
ellos con calambres en las piernas de tantas escaleras y como decía
uno de mis hijos ¡¡¡ para ellos la montaña
será sagrada y están dispuestos a sufrir, pero para
nosotros no lo es y nos estamos dando una paliza de muerte !!!La
verdad es que ha sido durísimo, sobre todo, por la rapidez
con la que hemos bajado, ya que cuando preguntábamos a algunos
que subían, lo que quedaba para llegar abajo, había
contradicciones en el tiempo necesario y nos obligaba a correr para
no perder el autobús.
La Montaña Amarilla, me ha parecido espectacular. Un
bellísimo paisaje y aunque no hemos tenido muy buen tiempo
para admirarlo, si lo ha sido para andar, porque con sol podríamos
haber sucumbido en el intento. Mucha gente nos miraba como a bichos
raros y hacían comentarios entre ellos, ya que muchos parecían
haber venido de pueblos lejanos y no debían estar acostumbrados
a ver personas como nosotros y menos en esa montaña. Otros
nos sacaban fotos y muchos nos saludaban sonriendo. De hecho, hasta
los empleados del hotel en el que hemos estado nos han pedido sacarse
una foto con nosotros, a lo que lógicamente hemos accedido.
Otro día de gran experiencia y que sospecho que mis hijos
recordarán toda su vida, por varios motivos:
- La dureza de subir y bajar varios miles de escalones, y no
es una expresión para decir que eran muchos, sino que realmente
calculo que puede que hayamos pasado por entre 3 y 5 mil, lo que
dan de sí las más de 6 horas que ha durado la travesía.
- El entorno tan agreste en el que hemos andado por pasos volados
sobre precipicios, perfectamente acondicionados para absorber los
miles de personas que estábamos y cruzándonos con
transportadores que llevaban más de 40 kg de cemento, botellas
y utensilios sobre pértigas que les dejaban los hombros en
carne viva. Realmente impresionante la dimensión de la obra
de varios kilómetros de escaleras y los métodos tan
antiguos de fuerza bruta para llevar las cosas de un lugar a otro.
- Considerarnos tan diferentes como para ser el centro de atención
de una muchedumbre que nos sonreía como máximo y con
quienes era imposible la más mínima forma de comunicación.
Al atardecer hemos vuelto a Hanghzou totalmente derrengados
y pienso que vamos a tener agujetas para varios días.
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Tal fue el maravilloso recuerdo que me dejó aquel día,
que después de un par de años volví al lugar con
mi esposa, porque pensé que ella no se debía perder el maravilloso
paisaje y su especial entorno. Pero eso sí, la segunda vez no me
confundí y la visita fue más suave aunque no exenta de cierta
dureza.
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